Viajar nos enseña de la humanidad, de formas de vida, costumbres y saberes. En esa poderosa experiencia, el concepto de vivir como un local significa una inmersión integral al destino. Es profundizar y compenetrarse de lleno, participar de los ritmos, de la vida local como uno más, huyendo de la actitud de turista.
Establacerse en un lugar –preferentemente casas, villas o departamentos– que permitan una estadía a los ritmos y rutinas propias del vivir en el lugar. Participar en talleres o cursos, comprar en mercados locales o ferias de calle. Aprender de la cultura local e intentar hacerla propia. Desde allí aventurarse a las regiones cercanas, ¿en transporte publico? Por supuesto!, o en un taxi, o en bicicleta. La experiencia es radicalmente diferente a un viaje estándar.
La elección del destino es clave y ello tiene que ver con ciertas ideas o conceptos que puedan ser inspiradores, al final tambien viajamos para intercambiar, aprender, enseñar, compartir y sobre todo para , en ese ejercicio de ir descubriendo, aprender a adaptarse y sacar lo mejor de nosotros mismos.
Si queremos vivir en profundidad la multiculturalidad y las infinitas influencias que van conformando una ciudad vieajaremos a Berlín o Vancouver. Si nos mueve el orígen de la civilización occidental, sus ideas y los cimientos de nuestra cultura una larga estadía en Creta nos aportará todo ello como parte de la cotidianeidad, será un ingrediente mas de la sabrosa dieta mediterránea.
Desde este punto de vista, Marruecos nos puede hablar del respeto, comprensión y convivencia con aquellos que son diferentes a nosotros, para aprender a celebrar las diferencias y similitudes por igual.